Escrito por Raul Prada en:
http://www.laconstituyente.org/?q=node/488Raúl Prada Alcoreza (*)
El carácter de la asamblea constituyente
La asamblea constituyente es un instrumento del poder constituyente, que son los movimientos sociales y la potencia social. La asamblea constituyente se da en un proceso constituyente, es decir, en un proceso de emergencia y de transformaciones políticas. La asamblea constituyente se da en el ámbito de la crisis. La crisis que hablamos tiene varias causas, una de ellas tiene que ver con la crisis económica generado por el modelo neoliberal, que vacío el ahorro interno, transfiriéndolo a los circuitos de la banca internacional, que entregó los recursos naturales de la forma más groseramente mercantil, en beneficio pleno de las ganancias extraordinarias de las trasnacionales, enajenando el patrimonio de los bolivianos, que vulneró la autonomía del Estado-nación. Otra de las causas tiene un carácter histórico prolongado, deriva de la matriz colonial instaurada por la conquista. La guerra de la independencia, la constitución de la república criolla, la guerra federal, que conformo el periodo liberal, la guerra del Chaco y la consecuencia política de la revolución nacional de 1952, no culminaron con la descolonización, sino que reiteraron una y otra vez versiones cambiadas del colonialismo interno. El periodo de las dictaduras militares, la apertura democrática y el periodo neoliberal no fueron sino otras formas ampliadas del colonialismo interno, que puede leerse como un diagrama de poder inscrito en la sociedad boliviana. Sobre esta herencia no pudo construirse una república, tampoco una democracia. Sobre una base de desigualdades y discriminación no hay democracia ni república. Hasta ahora no sólo hemos vivido desterrados en el seno de nuestra propia tierra, como reza la declaración de la junta tuitiva, sino que hemos vivido enajenados en un tiempo que no es el nuestro sino de la ilusión jurídico-política. En medio de estas causas de la crisis, una en la historia reciente, otra en la historia larga, tenemos también otros factores desencadenantes de la crisis, estos tienen que ver con el fracaso de las anteriores nacionalizaciones, la de la Standard Oil (1937), la nacionalización de las minas (1952), la nacionalización de la Gula Oil (1969) y la nacionalización de la mina Matilde (1971). Estas nacionalizaciones no terminaron con el círculo vicioso de la dependencia, al contrario, la reforzaron, a pesar del control estatal y del proyecto de sustitución de importaciones. Esto debido a que faltó nacionalizar el Estado. La asamblea constituyente tiene esta tarea primordial construir un nuevo Estado. La nueva forma de Estado emerge de las raíces profundas de las sociedades autóctonas, de las culturas propias, incluyendo las mezclas y los mestizajes culturales.
La nueva forma de Estado es posible si modificamos el mapa institucional, que son los verdaderos engranajes del poder, si cambiamos la unidad de composición del Estado. La nueva unidad de de composición del Estado se construye con el propósito fundamental de descolonizar radicalmente el Estado. Esto significa instaurar un régimen indígena transversal, acompañado por un régimen plurinacional y por un régimen de control social, también transversales. Estos regímenes sustentan los derechos colectivos, sociales y de los pueblos. Los otros regímenes, como el régimen económico, el régimen de recursos naturales, el régimen de tierras, el régimen cultural, el régimen educativo, el régimen político, son condicionados por los anteriores regímenes transversales. De este modo los derechos individuales se complementan con los derechos colectivos, los derechos de propiedad son determinados y limitados por los derechos colectivos. La nueva forma de Estado debe pasar por una transformación del orden territorial, que plasme en el manejo del espacio la complementariedad entre derechos colectivos y derechos individuales. La nueva forma de Estado debe pasar por la reterritorialización de las comunidades indígenas. Esto implica reconocer un régimen de autonomías, de la única forma en que pueden darse, como autonomía de nacionalidades.
Encrucijadas políticas
La asamblea constituyente es un acontecimiento extraordinario, nace de la crisis del Estado, forma parte del proceso revolucionario que erosionó la arquitectura, la solides y los cimientos de las instituciones componentes de las formas abstractas y concretas del poder. La asamblea constituyente es el espacio convergente del proceso revolucionario que se convierte en proceso democrático. La forma del proceso insurreccional se convierte en forma democrática, una vez que el recorrido del conflicto social toca un punto de inflexión, que se abre a variadas posibilidades, entre ellas pasar a la guerra civil, pero también pasar a la deliberación abierta y a la nueva construcción de loa sentidos asignados a las cosas y al mundo. La dinámica molecular de la lucha de clases se traslada a un escenario de confrontación discursiva. Al respecto abría que anotar los siguiente: No es que de las prácticas estratégicas se pase a las prácticas discursivas, dejando en suspenso las prácticas estratégicas, entendidas al modo de Jürgen Habermas, como ejercicio de violencias desencadenadas, como enfrentamientos abiertos, sino que, la dialéctica, por así decirlo, de las prácticas estratégicas y las prácticas discursivas, adquiere una forma de superación política. Donde la posibilidad de una síntesis democrática se convierte en el escenario de la coyuntura. Tampoco se crea que con esto se quiera decir que la forma democrática es la forma de resolución de la crisis por excelencia. La forma democrática no sería nada, sería un vacío, sin el contexto histórico-político de las prácticas estratégicas desplegadas por las clases sociales. La asamblea constituyente no sería nada sin los recorridos de las luchas sociales desencadenados, sería una forma abstracta sin sentido específico sin la presencia constante de las organizaciones y movimientos sociales. La asamblea constituyente se convierte en el ensamble de las voluntades de cambio de las multitudes. Pero, también, en la medida que en la asamblea constituyente se encuentran otras voluntades, esta vez de conservación del statu quo, el escenario constituyente se convierte en un campo de fuerzas. La potencia no radica solamente en la fuerza de la retórica sino también en la expansión de la cantidad. Llamemos a esto la irradiación de la cantidad. Políticamente llamemos a esto el juego de la hegemonía. El ejercicio de la articulación, pero también de la argumentación, vale decir de la retórica. El diseño de la dirección, con su horizonte y objetivos. La comprensión del momento como mapa temporal instantáneo, ilusoriamente estático, como cartografía de fuerzas manipulable. El gobierno de estas fuerzas depende de la habilidad y de la astucia. La asamblea constituyente viene a ser la oportunidad crucial.
Cuando hablamos de oportunidad crucial nos referimos al momento que se abre al cambio, al momento que ofrece todas sus posibilidades abiertas al cambio. Se trata no sólo de la disponibilidad de fuerzas sino también de la disposición de los acontecimientos, de la distribución del estado de cosas, del mapa de las instituciones en su estado de deterioro y del lugar central que ocupa la asamblea constituyente en ese mapa. La tarea de la asamblea no solamente consiste en la reforma total de la constitución, así como establecen algunos constitucionalistas y sobre todo políticos conservadores, sino la transformación completa del estado, vale decir la fundación de una nueva república. Esto quiere decir el cambio del mapa institucional y un nuevo ordenamiento territorial. En el horizonte cabe imaginar la posibilidad de la dispersión del poder en las multitudes. Raúl Zibechi y Raquel Gutiérrez escriben desde esta perspectiva y elaboran su crítica política al gobierno de Evo Morales, gobierno en el que observan la reproducción del poder en su reiterada forma sistémica y la repetición eterna de las instituciones1. Esta situación podemos intentar explicarla a partir de las contradicciones inherentes al poder constituido. Este poder forma parte de la historia pasada, de la historia institucional pasada, una historia cristalizada en la estructura avejentada de las instituciones políticas. Podemos decir que el gobierno de Evo Morales puede ser el último gobierno en la historia del Estado colonial, pero también es el punto de inflexión en el proceso histórico del poder, en la historia política de las dominaciones polimorfas en la colonialidad. La victoria electoral del Movimiento al Socialismo (MAS) el 18 de diciembre del 2005 abre un proceso de trasformaciones en los ámbitos económico, político y cultural con las medidas de nacionalización de los hidrocarburos, la llamada revolución agraria y la nombrada revolución educativa. Sin embargo, estos procesos están en marcha, comienzan a desencadenarse, atraviesan con dificultad un terreno ocupado por las viejas instituciones y llevan en sus entrañas las contradicciones heredadas y las nuevas que aparecen. La creación de una nueva forma de Estado está en manos de la asamblea constituyente, también, por lo tanto, está en sus manos el liberar de estas ataduras a los procesos de cambio desatados. La tarea de la asamblea constituye es constituir una república descolonizada.
¿Cómo se hace una asamblea constituyente en las condiciones del presente? No se trata de una continuidad indiferente del panorama histórico político configurado por las asambleas constituyentes constitutivas de las repúblicas inaugurales del siglo XVIII, sino de otra coyuntura, de una coyuntura en otro período histórico. Hablamos de otro escenario histórico-político, conformado bajo otras condiciones de posibilidad históricas. A la asamblea constituyente boliviana del 2006-2007 la podemos caracterizar como la de un acontecimiento político extraordinario, dado en el contexto de la globalización, como consecuencia de la crisis de un Estado subalterno en el marco del nuevo orden mundial. Las políticas neoliberales de ajuste estructural y de privatización terminaron erosionando la tibia consistencia institucional de un Estado capitalista, atrasado y dependiente. Las contradicciones desatadas por el llamado achicamiento del Estado y la liberalización de la economía, que no era otra cosa que la apertura sin condiciones al mercado internacional y al capital financiero, terminaron desmoronando la endeble soberanía de una formación política subsumida al sistema mundo capitalista. Estas contradicciones explosionaron, convirtiéndose en antagonismos abiertos. De las entrañas mismas de la sociedad irrumpieron movimientos sociales anticoloniales, antiglobalizadores y anticapitalistas. Seis años de luchas sociales barrieron con la legitimidad de las instituciones, con la credibilidad del sistema democrático formal y con la ideología del modelo neoliberal. Seis años de un proceso semi-insurreccional abrieron horizontes políticos ampliando las perspectivas de los movimientos sociales, aproximándolos a las definiciones políticas de alcance nacional. Desde la primera guerra del agua (abril del 2000) a la segunda guerra del gas (mayo y junio del 2005) creció un entramado comunitario y un mapa expansivo de redes sociales, constituyendo un sujeto social subversivo y un intelecto general, que, además de hacer circular sus saberes, patentizaba su potencia social como poder constituyente.
El poder constituyente de las multitudes alzadas es la potencia social convertida en subjetividad colectiva. Restaurando el lenguaje marxista diríamos el poder constituyente se convierte en consciencia histórica. En este, caso ya no se trataría de la consciencia histórica de una época, que corresponde a la era del capitalismo, consciencia histórica del sujeto antagónico del modo de producción capitalista, sujeto que nace de las propias entrañas de la máquina abstracta de la valorización dineraria. Haciendo una paráfrasis a la consciencia de clase, a la dialéctica de la consciencia en sí desenvuelta en consciencia para sí, la consciencia histórica devenida del poder constituyente de las multitudes es la consciencia dichosa de una coyuntura desgarrada por las contradicciones locales de la globalización mundial. El sujeto múltiple de las masas nace de las entrañas mismas de la maquinaria abstracta del sistema mundo capitalista global. Se trata de un sujeto territorializado por su residencia y su hábitat, empero también un sujeto desterritorializado por los desplazamientos migratorios y los flujos evanescentes del capitalismo trasnacional. Sujeto colectivo que recurre a la memoria larga en pos de la reconstitución de las identidades sociales, identidades culturales que opone al vacío ofrecido por el mercado desbordante y el consumo compulsivo, en convivencia paradójica con la escasez extrema y la pobreza exorbitante. Sujeto devenido de la experiencia inaudita de explotaciones y discriminaciones, sujeto devuelto a su propia autoctonía, como forma de actualización de antiguas luchas, hechas presentes en la diseminación del momento. El rostro indígena viene a ser la alteridad incodificable opuesta a la axiomática capitalista, a la reiteración de las ideologías universales y a la herencia duradera del colonialismo. El poder constituyente es en este sentido de procedencias propias, autóctonas y territoriales.
La asamblea constituyente aparece como instrumento de este poder constituyente de las multitudes. La asamblea constituyente se instala en un proceso constituyente de por sí hibrido. La mezcla entre poder constituyente y poder constituido, en el proceso político abigarrado, se traslada como trama al escenario de la asamblea. Esta trama aparece como escenificación dramática en plenarias estridentes o, en su defecto, en plenarias apagadas donde la votación se efectúa por acuerdo antelado. La asamblea no termina de instalarse, su instalación misma parece una eternidad. Del Comité Ad Hoc se pasó a la elección de la directiva y de esta a la aprobación del reglamento, que parece interminable. Es más, se encontró un paso anterior que cumplir, acordar una norma provisional, como preludio paranoico a la aprobación del reglamento. Este recorrido zigzagueante infinitesimal parece una especie de condena de la asamblea constituyente, habrá que esperar, en su etapa inicial. Mientras esto ocurre en los ambientes interiores de la asamblea, afuera, en los escenarios nacionales, los movimientos sociales se enfrentan apasionadamente a los comités cívicos. El tiempo inmanente de los movimientos sociales se opone al tiempo estancado de las regiones. En tanto que el tiempo interior de la asamblea muestra su repetición insaciable como círculo vicioso.
No se puede tener una idea clara de lo que ocurre en la asamblea constituyente mientras no tengamos una perspectiva de la coyuntura política a nivel nacional. Esta coyuntura es, en parte, el punto de convergencia de a trayectoria de la gestión de gobierno. El gobierno indígena y popular ha iniciado procesos cruciales en la transformación del mapa económico del país. Estos son: El proceso de nacionalización, el proceso de la revolución agraria y el proceso de la revolución educativa. Con estos procesos ocurre como lo que ocurre con la asamblea constituyente; parecen estancarse en su acto inicial. Los siguientes pasos parecen repetir degradantemente el acto inicial: Un comienzo eterno. Estos procesos parecen configurar otros círculos viciosos. La condena de la revolución indígena parece ser un circuito sobre lo mismo: La repetición del acto inaugural. De esta manera la revolución no deja de ser otra cosa que una revolución simbólica. Una renovación de los símbolos y los valores, empero sin cambios institucionales. ¿Por qué el decurso de la revolución más esperada parece derivar en la incertidumbre del estancamiento ancestral? Esta es la pregunta a la que hay que responder, buscando en la propia composición de la problemática las salidas al umbral del obstáculo político.
Habrá que reiterar la pregunta de distintas maneras: ¿Es posible la revolución india? ¿Es posible la revolución india en el contexto de la globalización en un país atravesado por un capitalismo atrasado y dependiente? ¿Es posible una revolución india en el interior de la periferia del sistema mundo capitalista, en una formación social esparcida en la cordillera de los antes y en el altiplano y diseminada en la amazonia y el chaco? Primero, respondamos a otra pregunta: ¿A que llamamos revolución india? Para no hacer una larga exposición al respecto, nos atendremos a algunas hipótesis. Llamamos revolución india a una revolución descolonizadora, a una revolución que rompe con la institucionalidad colonial, con los valores, normas y derechos heredados, transmitidos y transfigurados desde los periodos coloniales hasta los periodos republicanos, Una revolución india implica la reconstitución del Tawantinsuyo, yendo más atrás, la reconstitución de Tiwanaku. Esta reconstitución contrae a su vez la reconstitución de Moxos y de la nación guaraní. Estas reconstituciones no se encaminan al retorno, como alguien podría creer, sino a la actualización de las formaciones históricas y culturares comprendidas como substrato, como matriz, de la presente formación social boliviana. La revolución india hace emerger las instituciones civilizatorias y culturales autóctonas, haciéndolas presente como contenido, forma y expresión de una forma política complementaria, donde los mandos rotativos, los sistemas de reciprocidad y las estrategias de redistribución configuran, transfiguran y refiguran los entrelazamientos territoriales. La revolución india es anticolonial y anticapitalista. Las lógicas del derroche, de la festividad, de la redistribución y el prestigio se oponen a las lógicas de la exclusión y de la valorización dineraria. Los mecanismos de dominación son puestos en suspenso, los engranajes coloniales destruidos, las redes del capital deconstruidas, desviadas y subsumidas a procesos complejos de recodificación y sobrecodificación culturales. La revolución india no puede pensarse sin su irradiación y su consolidación, expansión y evolución interna, por así decirlo. La propuesta al mundo de integración alternativa y la propuesta a la sociedad interior del desarrollo de los entramados comunitarios en términos de solidaridades sociales y complementariedades regionales, se convierten en los diseños de transformación de los mapas políticos, sociales, económicos y culturales. Esta revolución india no sólo se mueve en los ámbitos simbólicos, sino también el los ámbitos imaginarios y reales, no sólo en los espacios ideológicos sino también en los espacios efectivos y prácticos.
En las condiciones histórico-políticas creadas por las luchas sociales esta posibilidad de la revolución india se hizo presente, sobre todo después de abrirse la coyuntura electoral que llevó a un indígena a la presidencia. Todo parecía prometedor durante el acto de unción del nuevo Inka en Tiwanaku. Todo parecía encaminarse cuando se emprendieron las medidas de nacionalización de los hidrocarburos, que en realidad es un proceso de nacionalización, de revolución agraria, que efectivamente es una ampliación de la ley del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), y de revolución educativa, que en la práctica es una crítica a la reforma educativa intercultural, trayendo como consecuencia de esta crítica la extensión de programas interculturales y plurilingües a todas las áreas educativas y de formación. Sin embargo, estos buenos augurios quedaron en suspenso cuando se presentaron los primeros obstáculos, estos tienen que ver con problemas procedimentales y metodológicos:
La migración de los contratos de las empresas petrolera al nuevo marco normativo establecido por el decreto “Héroes del Chaco”, la continuación de la nacionalización llevando a cabo expropiaciones de las instalaciones privatizadas, como las refinerías, además de la reinstalación técnica de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos.
La retoma del saneamiento de tierras en pleno sentido de la palabra, sin interferencia de los poderes regionales, sin interferencia de los latifundistas, prefecturas y comités cívicos. Llevando el saneamiento de forma rápida y solvente en toda la geografía de las propiedades, latifundios, comunidades y cooperativas, recurriendo a la normativa, institucionalidad y técnicas avanzadas, en beneficio de las poblaciones rurales sin tierras.
La implementación práctica y efectiva de la revolución educativa, acompañada por la conformación de un nuevo mapa institucional formativo y nuevas curriculas pedagógicas. La descolonización no puede hacerse sin el cambio radical de prácticas, de escenarios, contenidos y formadores.
Fuera de estos problemas procedimentales y metodológicos, la convocatoria a la asamblea constituyente, la elección de los constituyentes, su instalación acordada entre las bancadas políticas, el desarrollo dramático de las primeras plenarias, la formación de la comisión del reglamento de deliberaciones de la asamblea, la propuesta de reglamento, propuesta por mayoría y aprobada en grande, los desenlaces incomunicativos, la coyuntura crítica de la asamblea, el desplazamiento del conflicto del escenario de la asamblea a las regiones y a las organizaciones sociales, colocan en una situación de incertidumbre, por lo menos momentánea, al futuro inmediato de la asamblea constituyente. Al respecto debemos analizar críticamente acerca del carácter efectivo de la asamblea y el sentido histórico-político del proceso constituyente en curso.
Una de las discusiones que se pusieron en boga fue el del carácter de la asamblea desde un punto de vista constitucionalista, es decir jurídico constitucional. Esta discusión se centró en la definición de originaria o derivada de la asamblea constituyente. Independientemente de lo anacrónica que puede ser esta discusión, de lo inadecuados que pueden ser sus recursos teóricos, restringidos al desgastado paradigma jurídico constitucional, lo cierto es que este fue el referente principal del inicio del debate. Las organizaciones sociales, el MAS y algunas asociaciones afines se inclinaron a definir el carácter originario de la asamblea. Los comités cívicos, los empresarios privados, los partidos conservadores y los medios de comunicación se encargaron de argumentar sobre el carácter derivado de la asamblea constituye. Los argumentos se circunscribieron al referente de la ley de convocatoria, al marco de la constitución vigente, a la existencia del poder constituido, al hecho de haber sido ya fundada la república en 1825 y establecida su matriz constitucional en 1826. Toda esta argumentación se circunscribe a parciales interpretaciones jurídico constitucionales, pues la misma constitución vigente incorpora a la asamblea constituyente como una institución soberana. Sin embargo, las interpretaciones populares y de los movimientos sociales se mueven en la comprensión de que el proceso constituyente es un acontecimiento político y la asamblea constituyente en un hecho político extraordinario. Las condiciones de posibilidad histórica de la asamblea constituyente radican en la crisis múltiple de la república, en la crisis del Estado, en la crisis del modelo neoliberal, del sistema democrático formal, del sistema de partidos, es decir, crisis de la representación, además, desde la perspectiva del ciclo largo, crisis del diagrama de poder colonial, y de la perspectiva de la historia reciente, crisis del capitalismo dependiente en la periferia del sistema mundo capitalista. De las entrañas mismas de la crisis nace el poder constituyente de los movimientos sociales anti-sistémicos. Este poder constituyente conlleva la apertura de nuevos horizontes políticos, entre ellos el horizonte del ejercicio de la democracia radical. Entonces la asamblea constituyente se origina en la matriz histórica y política de las luchas sociales, en la potencia social, en la simultaneidad de las múltiples voluntades de cambio, en los deseos y pasiones de la gente. La asamblea constituyente es parte del imaginario radical, es también producto del intelecto general y de la circulación de los saberes.
Una de las más deliciosas confusiones sobre el carácter originario de la asamblea constituyente se dio en grupos de algunas organizaciones indígenas-originarias y campesinas. Se interpretó el carácter originario de la asamblea como correspondiente al carácter indígena. Ciertamente originario quiere decir, en griego, nacido en el lugar, lo mismo que indígena, en latín. En el discurso político contemporáneo y local, cuando se recurre a la identidad originaria, esta recurrencia se remite a las identidades colectivas autóctonas, a las identidades colectivas, cuyas lenguas y costumbres, tiene procedencia precolombina. Entonces cuando se habla de asamblea constituyente originaria, se entiende también como asamblea constituyente indígena. Otra interpretación distinta al discurso jurídico-constitucional, que entiende como asamblea constituyente originaria a la asamblea que nace de una revolución, a la asamblea constituyente inicial que funda la primera república. Desde esta interpretación las subsiguientes asambleas constituyentes serían derivadas y estarían abocadas a reformas constitucionales, incluyendo la reforma total de la constitución. Lo que estaría descartado de esta interpretación es la transformación del Estado, el trastrocamiento profundo de las estructuras de poder, la destrucción del viejo Estado y la construcción de un nuevo mapa institucional. Los constitucionalistas entienden que una asamblea constituyente originaria tiene estas potestades, tiene plenos poderes y está sobre todo poder constituido. En el libro Poder Constituyente de Antonio Negri se dice que la teoría del poder constituyente es la teoría del gobierno absoluto, en tanto que la teoría constitucional es la teoría del gobierno limitado. La teoría del poder constituyente es la teoría de la democracia, como expresión plena, desmesurada, del desacuerdo social. La teoría del poder constituyente parte de la premisa de la crisis.
Esta confusión tiene algo de verdad. El poder constituyente de los movimientos sociales no sólo deviene en el carácter originario de la asamblea constituyente, sino también la composición social de este poder constituyente es prioritariamente indígena. El eje de los movimientos sociales en la historia reciente ha sido y es el movimiento indígena. La expresión política de estos movimientos interpela el carácter colonial del Estado; por eso, el proceso constituyente debe desembocar en un proceso descolonizador. Esta aproximación de las interpretaciones, la popular y la constitucional, dice más que las lógicas deducciones jurídicas, también dice más que las eruditas discusiones políticas. Esta confusión popular descubre conexiones no visibles inherentes al proceso constituyente boliviano. Los significados de originario como nacimiento y de originario como emergencia se aproximan tanto que el lugar de nacimiento se convierte también en el territorio de emergencia. La originalidad de lo originario radica en el lugar de nacimiento, en el territorio, en la matriz histórica de las luchas sociales. Esta matriz histórica tiene que ver con la procedencia de antiguas luchas inconclusas, con su emergencia y su actualización presente. Con la memoria larga y también con el olvido, el vivir el presente como apertura a lo nuevo.
Desde la perspectiva indígena, si se puede hablar de una perspectiva y no mas bien de muchas, desde la concepción indígena, si se puede hablar de una concepción y no mas bien de múltiples, que, sin embargo, tienden a mirar de una determinada manera, desde una matriz perceptiva, que no es la manera dominante ni el referente compartido, sino es una manera alterativa y otro referente al compartido, que podríamos llamar a ambas otra manera de vivir. Entonces desde esa otra perspectiva y desde esa otra concepción se comprende la asamblea constituyente como el gran escenario (taypi) del gran encuentro (tinqu), desde donde comienza el desandar el laberinto, la descolonización, Los aymaras y quichwas llaman el pachacuti, el momento del retorno. La asamblea constituyente funda, pone la primera piedra, hace el sacrificio, para que vaya bien la construcción del nuevo Estado, la nueva sociedad, la segunda república. Para la perspectiva y concepción campesina, se percibe y se concibe la asamblea constituyente como el espacio político donde continúa la lucha emprendida años antes. Por eso entienden que en la asamblea constituyente tiene que haber confrontación. Para los intelectuales de izquierda, si los hay, la asamblea constituyente es el escenario de la construcción de la deliberación y la construcción de la hegemonía. Para los dirigentes y clases medias urbanas, la asamblea constituyente es el territorio institucional donde se deben reproducir las jerarquías institucionales, la concurrencia y la distribución del clientelismo. Para los pocos proletarios que llegaron a la asamblea constituyente esta instancia es el lugar y el momento donde se debe repetir la experiencia de la asamblea popular, que esta vez debe llevarnos a la victoria final. Ciertamente, para los personajes de los partidos y asociaciones ciudadanas conservadoras, la asamblea constituyente está condenada a tener un carácter derivado y debe abocarse a hacer reformas a la constitución vigente. Para los autonombrados autonomistas la asamblea constituyente debe legitimar e institucionalizar a las autonomías departamentales. Quizás haya más de un radical de derecha, como se los suele llamar desde la izquierda, para quienes la asamblea constituyente es el objeto de destrucción, es algo que no puede existir pues es una anomalía en el orden vigente y en la estructura de poder heredada. Como se puede ver, la asamblea constituyente no solamente tiene distintos significados y es imaginada de distintas maneras, sino también que es asumida de distintas formas, lo que lleva a que se ventilen distintas maniobras respecto de ella.
En la asamblea constituyente instalada en el teatro Gran Mariscal Sucre y el Colegio Junín de la ciudad de Sucre, capital de Bolivia, se dan varios escenarios internos y varios escenarios externos. En los escenarios internos tenemos la plenaria, las reuniones de bancadas políticas, las reuniones de la directiva y las sesiones de las comisiones, fuera de las reuniones que se dan en los pasillos entre miembros del mismo partido o entre miembros de distintos partidos. En los escenarios externos tenemos las reuniones con las organizaciones sociales, las reuniones en las circunscripciones, las reuniones con las directivas de los partidos, las reuniones con la unidad técnica, las reuniones con personeros del gobierno y el mismo presidente de la república, en el caso del Movimiento al Socialismo (MAS), además de las reuniones con los comités cívicos y las prefecturas, en el caso de los partidos conservadores. Entre los escenarios externos también debemos contar a los paros y las movilizaciones de presión. El paro de los comités cívicos de los departamentos llamados autonomistas y la movilización y bloqueo contra el paro cívico de parte de las organizaciones sociales, es un claro ejemplo del alcance y la intensidad que puede cobrar la lucha en torno a la asamblea constituyente. ¿Cuál es la relación entre los escenarios internos y los escenarios externos de la asamblea constituyente? Esta es la pregunta que debe ser respondida en términos de un análisis de coyuntura.
Análisis de coyuntura: Crisis en el proceso constituyente
¿Cuándo comenzó el proceso constituyente? Se puede hacer varios cortes o, si se quiere, varios desplazamientos, en el ciclo corto, en el ciclo mediano, hablando de la historia reciente, o, en su caso, el ciclo largo, hablando de la historia en sentido pleno de la palabra. Haciendo un análisis retrospectivo, empezando del presente para remontarnos al pasado y desde allí luego volver al presente, para comprender la genealogía del poder en el momento, podemos partir del reciente ciclo de luchas sociales, que arranca con la primera guerra del agua (abril del 2000) y se desplaza hasta la segunda guerra del gas (mayo y junio del 2005). Este ciclo de luchas sociales emerge de la crisis del modelo neoliberal, que también puede entenderse, en el contexto mundial, como crisis de la globalización privatista. Ciertamente esta crisis viene acompañada por otras; la crisis del sistema democrático formal, que quiere decir también la crisis del sistema de partidos, que en otras palabras es la crisis de la representación. Este último aspecto se ve muy claramente en el acontecimiento emergente de la construcción de la auto-representación de las organizaciones y movimientos sociales. Desde la perspectiva de la crisis del modelo neoliberal, los movimientos sociales visualizan el objetivo político de recuperación de los recursos naturales, privatizados, prioritariamente se imponen la tarea la nacionalización de los hidrocarburos, además de evitar la privatización del agua y su subsecuente trasnacionalización. Desde la perspectiva de la crisis del Estado, los movimientos sociales visualizan en el horizonte un proceso constituyente, convirtiéndose en el poder constituyente de este horizonte, concretando esta intuición en la consigna de la asamblea constituyente. Las dos consignas, la nacionalización de los hidrocarburos y la asamblea constituyente, se convierten en prejuicio popular, en síntesis ideológicas, elaboradas desde el accionar de los movimientos sociales, en síntesis ideológicas articuladoras de los distintos movimientos, locales, regionales y nacionales.
En el ciclo mediano, se dibuja la crisis del modelo de acumulación estatal, el modelo que corresponde a las variantes del planteamiento keynesiano de Estado interventor o, en la experiencia europea, al Estado de bienestar y en la jerga latinoamericana, el Estado populista, abocado a diseñar y a implementar modelos de desarrollo, basados en la sustitución de importaciones. Esta crisis explica la trama de los procesos y desenlaces que condujeron a la caída del frente popular de la Unidad Democrática y Popular (UDP), que fue un intento desesperado de retomar las banderas de abril de 1952 (Revolución Nacional), para darle a lo que se nombro como la revolución inconclusa2 continuidad y profundización, acompañando a este entronque histórico con un matiz socialista que no dejaba ser discursivo. El vacío que deja la caída de la UDP y el desmoronamiento del modelo de acumulación estatal va ser llenado por el proyecto neoliberal en el contexto de la globalización y el marco de dominaciones del nuevo orden mundial. Esta crisis en el ciclo histórico mediano no va a ser asumido plenamente en la conciencia social del presente, no va a formar parte de la crítica de la razón populista3. En la memoria mediana no se trabaja una reflexión crítica del modelo de desarrollo, de manera diferente, se tienen nostalgias del pasado del Estado popular. Esta es una de las razones por las que se intenta reproducir la convocatoria del frente popular, la alianza de clases, en nuevos fenómenos políticos populistas, aunque de características mas bien fragmentarias y dispersas. El caso de Conciencia de Patria CONDEPA es paradigmático4. Parte de estas nostalgias van a ser transferidas al reciente ciclo de luchas sociales, sobre todo en la memoria y subjetividad popular urbana y proletaria. Esta es la razón por la que en varios sectores, organizaciones y coordinadoras van a retomar la consigna de nacionalización desde la perspectiva de la estatalización de los hidrocarburos, reproduciendo las instituciones de administración y gestión del modelo de acumulación estatal, tal cual se constituyeron y desarrollaron en un esquema que podríamos llamar diagrama prebendal. El mismo Movimiento al Socialismo (MAS) tiene en su programa de gobierno y en su Plan de Desarrollo Nacional propuestas que se encaminan a reproducir el modelo desarrollista e industrialista en el marco de lo que se viene en llamar Estado interventor. ¿Es posible hacerlo en el contexto de la globalización y en la etapa del ciclo del capitalismo global, capitalismo que funciona en red y de manera desterritorializada? ¿Es posible hacerlo sobre todo cuando emerge un intelecto colectivo y una consciencia social autodeterminante, cuando emerge de las entrañas de los movimientos sociales la posibilidad de una sociedad autónoma? En estas condiciones no me parece plausible la restauración del modelo de acumulación estatal y del modelo desarrollista. Las condiciones históricas, económicas y políticas del presente han abierto otro horizonte de posibilidades a partir de las formas de contrapoder desplegadas por los movimientos sociales. Este horizonte de posibilidad es el de las sociedades autónomas, de las sociedades contra el Estado, de las sociedades sin Estado o, si se quiere, en el desplazamiento de la diferencia, de sociedades que subsumen al Estado en el ejercicio de las prácticas y en la renovación de las estructuras de concurrencias participativas. No se trata ya del desarrollo sino del devenir de la armonía en la biodiversidad y en el acontecimiento de multiplicidad de singularidades. No se trata de la acumulación estatal, tampoco de la acumulación capitalista a secas en el contexto de la globalización, sino de la emergencia y concreción de las distintas formas de la potencia social y producción social, sin que se de la apropiación privada del trabajo colectivo ni la síntesis dialéctica de la dominación. Potencia social sin enajenación, producción social sin cosificación.
En el ciclo largo, la crisis de la república atraviesa la historia de sus instituciones en los distintos periodos de la vida política republicana. El mismo nacimiento de la república se encuentra cuestionado, no estuvieron presentes, no fueron actores, las grandes mayorías indígenas que componían la demografía de la Audiencia de Charcas, de la naciente Republica de Bolívar. La constitución escrita por Simón Bolívar y aprobada por el Congreso no era más que una ilusión jurídica y política en un país donde la hacienda española fue heredada por los criollos, donde los indígenas pasaron a ser de vasallos de la Corona a pongos de los patrones o, en su caso, comunarios que continuaron pagando el tributo indigenal. En ambos casos sin condición de ciudadanía. Después de la inauguración apoteósica y teatral de la república (1825), el flamante Estado se embarcó en lucha desgastante entre caudillos, llamados por un sociólogo e historiador los bárbaros ilustrados5. La forma de resolución de esta crisis política fue el motín o el cuartelazo. El vacío político dejado por la administración colonial fue llenado por el desgarramiento de los fusiles. Desde la perspectiva liberal se puede clasificar esta fase como la relativa a una ausencia absoluta de institucionalidad. Hablamos de una república sin instituciones consolidas. La práctica democrática es lo más alejado de estos quehaceres golpistas. Después de la guerra de la Guerra Federal (1898-1899) viene el periodo liberal (1900-1952). La práctica democrática de este periodo se reduce a elecciones consecutivas y a una exigua modernización del Estado, una localizada reforma educativa y una focalización del debate en el poder legislativo, El universo de votantes eran los hombres, propietarios privados y gente ilustrada. Quedaron al margen las mujeres y nuevamente las mayorías indígenas. Este aparente régimen liberal se sustentó en un sueño de progreso, cuyo símbolo eran los ferrocarriles, que en los hechos trasladaban minerales en bruto a los puertos del pacífico. La crisis institucional se trasladó a la crisis del partido liberal, que se dividió en dos, dando lugar al partido republicano. Las expresiones liberales no terminaban de escapar del fantasma de la escisión y del hecho de la fragmentación, la representación era construida por blancos y mestizos, las mayorías indígenas se encontraban sin representación. El periodo liberal se puede dividir en dos fases: Antes y después de la Guerra del Chaco. Antes de la guerra las expresiones liberales predominan en el ambiente político, después de la guerra nacen nuevos partidos políticos, los más significativos están vinculados a los trabajadores y al proletariado, sobre todo al minero, estos partidos son el Partido de Izquierda Revolucionario (PIR) y el Partido Obrero Revolucionario (POR). La ideología de estos partidos se sustenta en las corrientes marxistas en concurrencia. La Guerra del Chaco habría abierto grietas en el Estado liberal, de las trincheras del Chaco surge una consciencia nacional. René Zavaleta Mercado habla de la formación de la consciencia nacional6. Otra expresión política que emerge de la crisis de la Guerra del Chaco es el nacionalismo revolucionario. En base a este ideologema se conforma un partido policlasista, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Otro partido que emerge de la posguerra tiene una inspiración fascista, este es la Falange Socialista Boliviana (FSB). En estas condiciones, la crisis del Estado se manifiesta directamente en las formas políticas de la lucha de clases, pero también en lo que Carlos Montenegro llama la contradicción entre nación y antinación17. El periodo liberal se clausura con la Revolución Nacional de 1952. Esta revolución toma cuatro medidas trascendentales que cambian la configuración política, que afectan a la estructura del Estado. Una de estas medidas tiene que ver con el voto universal, lo que implica la incorporación de los indígenas y las mujeres. Las otras medidas tienen que ver con la nacionalización de los hidrocarburos, la reforma agraria y la reforma educativa. La incorporación de los indígenas al ejercicio del voto afecta al orden de la representación, forman parte de la elección, forman parte de la construcción de la legitimación. Este hecho señala indudablemente un cambio en el ejercicio de la democracia, empero una cosa es que participen en la elegibilidad y otra distinta que estén efectivamente representados. Los indígenas son parte del universo electoral, pero no forman parte del Estado; no son Estado. La crisis del Estado nacional se expresa en este caso en la síntesis inconclusa del Estado. El Estado popular no logra la síntesis integral de la sociedad, no logra subsumir la complejidad de la formación social, no expresa el carácter indígena de la matriz social. No solo se trata entonces de una revolución inconclusa, a decir de Liborio Justo sino de un Estado-nación inconcluso. Esta parcialidad política, este inacabamiento, no logra resolver la crisis del Estado colonial, al contrario, la agudiza, pues la ideología del nacionalismo revolucionario se ilusiona con la alianza de clases y el mestizaje como síntesis cultural. En otras palabras la colonialidad continúa por otros medios. La caída de los gobiernos populistas de la revolución nacional en noviembre de 1964 por un abrupto golpe de Estado, gestado por la CIA, en complicidad por parte del MNR y un conglomerado de organizaciones de izquierda y también de derecha, además de organizaciones sociales, termina descabezando el cuerpo magullado de una revolución arrodillada8.
Lo que vino después de la caída es la sucesión de gobiernos militares, como prolongación de la derrota y el comienzo de una tibia restauración de la oligarquía minera. Las dictaduras militares forman parte también de la extensión de la guerra fría a Bolivia entre las potencias capitalistas y el sistema de estados socialistas, entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. En estas condiciones, el modelo de acumulación estatal deriva en un obsceno prebendalismo. Las elites militares se reparten el excedente y distribuyen tierras entre familiares y amigos. La crisis del Estado pasa a convertirse en una crisis institucional, en una crisis no sólo de legitimidad sino también de legalidad. El Estado de derecho queda en suspenso. La llegada de la UDP al poder, por medio de tres elecciones consecutivas, dos de ellas fraudulentas y una tercera con la innegable victoria del frente popular, parecía mostrar el retorno a las banderas de abril de 1952, con el objeto de dar continuidad a la revolución inconclusa, con el objeto de profundizar la revolución que quedó atrás. Sin embargo, en el nuevo escenario, después de treinta años, el frente popular no pudo desandar el camino para encontrarse con la insurrección popular de 1952. Al contrario, se perdió en divagaciones discursivas reformistas sin atreverse a plantear un programa de nacionalizaciones. Las contradicciones internas no tardaron en darse, las contradicciones entre el gobierno popular y un congreso, mayoritariamente de oposición de derecha tampoco esperaron en manifestarse. El gobierno popular terminó de hundirse sin poder sostener una política coherente, atrapada entre dos frentes. La crisis del Estado se convirtió en ese momento en crisis de la izquierda, dividida entre el reformismo y las posturas revolucionarias, básicamente circunscritas en un proyecto de nacionalizaciones. La posición más coherente la dio el Partido Socialista-Uno (PS-1), que propuso un programa de nacionalizaciones, bajo la consigna de nacionalicemos nuestro propio gobierno. La UDP tuvo que adelantar las elecciones, acortando su gestión, en un ambiente de crisis política, agudizada por una galopante crisis económica, cuyo síntoma más alarmante fue la hiperinflación. Las enseñanzas de esta derrota tienen que ver con que no se puede retomar un proceso revolucionario sin una convicción revolucionaria. La formación enunciativa reformista no es una buena compañía de las tareas transformadoras, menos de las voluntades de cambio populares. La otra enseñanza tiene que ver con la expresión política katarista, que formó parte del frente popular. El proyecto indianista no puede servir de adorno en el ejercicio del gobierno popular. El horizonte político descolonizador no puede restringirse al orden simbólico, pues esto no significa otra cosa que convertir en folklore la propuesta indianista. Estas enseñanzas no están nada alejadas de lo que ocurre en el gobierno indígena popular de Evo Morales Ayma. Las analogías reaparecen a pesar de darse en un escenario histórico-político distinto. La emergencia del actual gobierno indígena popular no arranca de la resistencia a la dictadura militar, sino de un ciclo de luchas sociales contra la globalización, la privatización y las políticas neoliberales. La forma de la coalición de fuerzas no es la del frente de partidos, sino la de un instrumento político que responde a la voluntad organizativa de los sindicatos y las organizaciones sociales. El eje del movimiento popular no es la alianza obrero campesina sino el entramado comunitario que atraviesa como red el campo y las ciudades, articulando ayllus y tentas con juntas de vecinos. A pesar del nombre, Movimiento al Socialismo, el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP) no esta involucrado en un proyecto socialista sino en una revolución indígena, que comprende a los mestizos. Esto implica apuntar a un profundo proceso de descolonización y a un nuevo mapa institucional, nombrado por las organizaciones indígenas, originarias, campesinas, colonizadoras y movimiento sin tierras como Estado Plurinacional. Estas diferencias matizan entonces las analogías, que a pesar de todo, de la relatividad de las circunstancias, redundan en las tendencias políticas del presente. El gobierno indígena-popular ha iniciado una revolución en el orden simbólico al trastrocar la representación del orden de relaciones de poder. La presencia de un presidente indígena expresa la inversión de la expresión simbólica del poder. Empero esta inversión simbólica, esta transvalorización de los valores, no termina de repercutir en el campo efectivo de las prácticas y las estructuras de poder. Como dijimos, los procesos más importantes iniciados por el gobierno, la nacionalización de los hidrocarburos, la revolución agraria, la revolución educativa y la asamblea constituyente, han quedado todavía en el acto inicial, sin poder pasar al segundo acto, sin poder construir la trama política, contenida en el campo de posibilidades. El gobierno se halla en una encrucijada, así también los procesos en marcha, sobre todo la asamblea constituyente. Se halla entre el frente conservador de los comités cívicos de los departamentos llamados autonomistas y las exigencias políticas que radican en la intimidad misma de los procesos involucrados. Para darle continuidad se requiere de una convicción revolucionaria. Apostar a la nacionalización es dar lugar a un proceso de expropiaciones, sea este inmediato o diferido; apostar a la revolución agraria es expropiar las tierras ilegales de manos de los terratenientes y de la hipoteca bancaria; apostar a la revolución educativa es aprobar la ley que norma y cubre las procedencias de los cambios institucionales pedagógicos; apostar por la asamblea constituyente es dar rienda suelta al poder constituyente de los movimientos sociales, al interior y al exterior de la asamblea constituyente, no inhibir el proceso, ni controlarlo con celo de poder constituido.
Cualidad y cantidad de la mayoría
Una de las discusiones más anecdóticas de la asamblea constituyente es la que se dio entre la postulación por la mayoría absoluta y los dos tercios. Estos valores aritméticos tienen que ver con el peso cuantitativo de las decisiones en las distintas fases del desenvolvimiento de la asamblea constituyente. Por lo menos podemos identificar tres fases: La primera, tiene que ver con la instalación de la asamblea constituyente, incluyendo la aprobación efectiva del reglamento de deliberaciones; la segunda, tiene que ver con la conformación de las comisiones, el desempeño de su trabajo y sus informes; la tercera y última, con la redacción de la nueva constitución y el diseño del nuevo mapa institucional, la aprobación de la redacción, en grande y en detalle, además de su revisión, antes de someter el texto constitucional a la aprobación del pueblo por medio de un referéndum constitucional. La discusión se centró, en parte, en la interpretación de la Ley de convocatoria a la asamblea constituyente, sobre todo en lo correspondiente a la aprobación por dos tercios del texto constitucional. La defensa de la posición de la aplicación de la mayoría absoluta radica en la definición del carácter originario de la asamblea constituyente. En tanto tal, la asamblea se encuentra por encima de todo poder constituido, de toda ley, incluyendo la ley de convocatoria, por encima de toda institución. Por lo tanto, la asamblea constituyente puede autonormarse de acuerdo a su autodeterminación. Llamemos a esto el ejercicio de la mayoría absoluta. Desde esta perspectiva, de lo que se trata es de evitar que la minoría bloquee la asamblea constituyente, adquiriendo la potestad de veto debido a la exigencia de los dos tercios. Empero, la primera pregunta que podemos hacernos es, ¿qué pasa si el MAS consigue articular los dos tercios, articulando alrededor de sí a las minorías aliadas, afines y circunstanciales? A esta pregunta le sigue otra: ¿Es conveniente mantener en todo momento y para todo la proposición de mayoría absoluta o es mejor ser flexibles en algunos temas no comprometedores? Por otra parte, es importante cuestionarse sobre si se puede aplicar en todas las fases el mismo valor aritmético. La dinámica de la asamblea y los distintos temas quizás exijan la aplicación de desiguales valores. En relación a esta problemática es conveniente plantearse la relación cualitativa de esta discusión. ¿Cómo se ejerce la mayoría? ¿Cómo se construye la hegemonía a partir de la mayoría absoluta y respecto a la concepción del Estado que se propugna? El problema político esencial es este: El paso a la eficacia de las transformaciones a partir de la conformación de un bloque histórico. La práctica política pasa por la hegemonía de la clase o de las clases que se disponen al cambio estructural, la hegemonía de las naciones oprimidas en una alianza popular entre movimientos sociales de la ciudad y el campo. Podemos decir entonces que la cualidad de la mayoría absoluta es su irradiación, su expansión y composición acumulativa. Desde esta perspectiva la discusión entre mayoría absoluta y dos tercios resulta abstracta, general y hasta inadecuada, si es que no se consideran los referentes de la aplicación, la coyuntura política, la dinámica de la asamblea constituyente y la propensión a la hegemonía.
Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria
Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria, esta tesis de Lenin parece oponerse a la onceava tesis de Marx sobre Fuerbach, ya no se trata de interpretar el mundo sino de transformarlo. Sin embargo, en las mismas tesis sobre Fuerbach encontramos otra tesis que parece apoyar la tesis de Lenin, que dice que el idealismo desarrolló la forma dinámica de la dialéctica mientras el materialismo empírico quedó atrapado en una visión estática; de lo que se trata entonces es asumir la síntesis entre idealismo y materialismo en tanto materialismo dialéctico. También nos encontramos en estas tesis con otra que parece contradecir la anterior, aquella que reza que la verificación de la teoría se encuentra en la práctica. A toda esta problemática podemos identificarla como la relativa a las relaciones entre teoría y práctica. En la epistemología marxista se encuentra un concepto que se abre a esta discusión, es el concepto de praxis, que envuelve tanto a la teoría como a la práctica, que se comporta como una especie de síntesis entre teoría y práctica. Es posible que tengamos que salirnos del campo de la formación enunciativa de la dialéctica para poder entrever otros horizontes y otras perspectivas de esta problemática. Empero, quedémonos allí. Lo que nos interesa por el momento y en esta discusión es lo que llamaremos parafraseando a Kant crítica de la sinrazón empírica. En resumidas cuentas, un diseño de un texto semejante, que nunca se escribió y no sabemos si se va escribir, se configura a partir de la intuición de que no se puede apostar sólo a la práctica, puesto que el ejercicio de la práctica puede reproducir viejas prácticas. La práctica en tanto cristalización de viejas teorías y la teoría en tanto interpretación de la experiencia, la misma que es internalización de prácticas, subjetivación de prácticas, internalización de esquemas de comportamientos, termina reproduciendo relaciones de poder, diagramas de fuerza y estructuras de poder.
No todo lo que se contiene en las prácticas de las organizaciones sociales habilita transformaciones, no todo lo que está imbricado en las prácticas populares apertura procesos de cambio, al contrario, hay mucho en estas prácticas que contiene estructuras conservadoras. Algunas de estas estructuras conservadoras, que se visualizaron en las formas de representación, al culminar las movilizaciones, tienen que ver con el carácter preponderantemente machista de las representaciones sociales, desconociendo el papel que jugaron las mujeres en el desarrollo de las movilizaciones. Estas estructuras y otras esconden el carácter autoritario y patriarcal de las formas de organización y de las formas de representación. Del mismo modo podemos decir que no todo lo que se encuentra contenido en la práctica de las organizaciones indígenas responde a la descolonización, sino se trata mas bien de herencias coloniales. Podemos hablar de formas reiteradas de recolonización. Este tópico se puede observar bien en los espesores de las subjetividades individuales más que colectivas. Viendo en perspectiva histórica vemos que el diagrama colonial se ha cristalizado en los huesos, forma parte del tuétano de los huesos, esto es el espesor más intimo de la subjetividad. De las prácticas colonizadoras, las que más hondo han calado, son las que tienen que ver con las técnicas de individualización. Estas técnicas tienen que ver con la cristianización, que en otras palabras, se refieren a colonización espiritual. A propósito señala Michel Foucault lo siguiente:
Terminaré diciendo que, por una parte, con el pastorado cristiano vemos nacer una forma de poder absolutamente nueva. También vemos perfilarse en … lo que podríamos llamar modos completamente específicos de individualización. En el pastorado cristiano, ésta va efectuarse con una modalidad muy particular y que fue posible aprehender justamente a través de lo referido a la salvación, la ley y la verdad. En efecto, esa individualización garantizada por el ejerció del poder pastora ya no se definirá en modo alguno por el estatus de un individuo, su nacimiento o el fulgor de sus acciones. Se definirá de tres maneras. Primero, por un juego de descomposición que define a cada instante el equilibrio, el juego y la circulación de los méritos y deméritos. Digamos que no es una individualización de estatus sino de identificación analítica. Segundo, es una individualización que no se llevará a cabo por designación, la marcación de un lugar jerárquico del individuo. Y tampoco por la afirmación de un dominio de sí mismo, sino por toda una red de servidumbres que implica la servidumbre general que todo el mundo tiene respecto a todo el mundo, y al mismo tiempo la exclusión del yo, la exclusión del ego, la exclusión del egoísmo como forma central, nuclear del individuo. Se trata, entonces, de una individualización por sujeción. Tercero y último, es una individualización que no se alcanzará por relación con una verdad conocida, sino, al contrario, por la producción de una verdad interior, secreta y oculta. Identificación analítica, sujeción, subjetivación: esto caracteriza los procedimientos de individualización que serán efectivamente puestos en práctica por el pastorado cristiano y sus instituciones9.
El cristianismo ocasiona una dependencia integral. Primero, se trata de una relación de sometimiento, no a una ley, no a un principio de orden y ni siquiera a un mandato razonable o algunos principios o conclusiones extraídas por la razón. Es una relación de sumisión de un individuo a otro. Segundo, es una relación no finalista, como en el caso de la antigüedad. Cuando alguien se confía a un médico, un maestro de gimnasia, un profesor de retórica o incluso un filósofo, lo hace para llegar a un resultado. En la obediencia cristiana no hay fin, es simplemente obediencia, Se obedece para poder ser obediente, para llegar un estado de obediencia. Visto de otro modo, la colonización cristiana implica un régimen de la conducta, una economía política del comportamiento. En primer lugar, se trata del hecho de que la enseñanza debe ser una dirección de la conducta humana. El segundo aspecto, es la dirección de la consciencia. El pastor no debe limitarse a enseñar la verdad, sino también debe dirigir la consciencia. En la práctica cristiana la dirección de la consciencia no es precisamente voluntaria, puede ser hasta absolutamente obligatoria. La dirección de la consciencia no es circunstancial, al contrario, es absolutamente permanente, uno debe ser dirigido en lo concerniente a todo y durante toda la vida. El examen de consciencia no tiene por función asegurar al individuo el dominio de sí mismo, compensando, de esta forma, su dependencia respecto al director. De modo diferente, reforzara esta dependencia10.
Michel Foucault concluye:
Por ende, lo que caracteriza fundamental y esencialmente el pastorado cristiano no es la relación con la salvación, la ley y la verdad. El pastorado cristiano es, por el contrario, una forma de poder que, al tomar el problema de la salvación en su temática general, deslizará en su interior toda una economía, toda una técnica de circulación, transferencia, inversión de méritos, y ése es su aspecto fundamental11.
Retornando a Nietzsche y sobre todo a los amautas, tenemos mucho todavía de humano demasiado humano, que quiere decir, que somos todavía demasiado occidentales, hombres modernos, cuya procedencia se remonta a la economía política de la individualización cristiana. Hay todavía muy poco de suma qamaña, vivir y convivir en armonía con la naturaleza. Las tareas de descolonización deben comenzar por la deconstrucción de este espesor subjetivo, de esta herencia de las prácticas de individualización encaminadas a la dependencia, la sujeción y la sumisión, de esta herencia que ha subjetivado el individuo obediente.
Por lo menos podemos identificar dos grandes procesos de colonización espiritual o de colonización subjetiva, uno tiene que ver con la evangelización y la cristianización, que acompañaron a los procedimientos de colonización, que se desplegaron después de la conquista y abarcaron casi cuatro siglos. El otro que tiene que ver con las reformas educativas. La primera reforma se da en el periodo liberal, después de la guerra federal (1898-1900), la segunda después de la revolución nacional (1952), la tercera se da en el periodo neoliberal (1985-2006). La evangelización y la cristianización se dan en el marco de una adecuación del diagrama pastoral a los territorios, poblaciones y sociedades que son objeto de colonización. La escolarización se da como procesos de adecuación de los diagramas disciplinarios en las formaciones sociales abigarradas de la periferia del sistema-mundo capitalista. Se puede decir que tanto la evangelización así como la escolarización terminan inoculando sujetos colonizados y domesticados, empero estos sujetos no responden completadamente a individualización de la obediencia, tampoco a las figuras de la individualización disciplinaria, no producen plenamente el hombre moderno. De modo diferente, tanto en uno como otro caso, se producen sujetos híbridos. El sincretismo cultural y la simbiosis religiosa son ejemplos de las mezclas ocasionadas por la evangelización. El mestizaje social, a través de procesos de migración y crecimiento urbano, así como la proletarización incompleta, de la misma manera los procesos de racionalización inacabadas y las mezclas en las tonalidades de los comportamientos son ejemplos de los fracasos de las reformas educativas, en la perspectiva moderna y capitalista. Hablamos entonces de sujetos en la encrucijada de sus constituciones y desconstituciones, sujetos armados en la mezcla, cuyos comportamientos son combinatorios de distintos esquemas de conducta, diferentes genealogías morales, teniendo como matriz la memoria ancestral del paraíso perdido de la comunidad. Este espesor complejo es el mapa de la geología moral del colonialismo interno y la colonialidad, este mapa dibuja los socavones que debemos desandar en el desmontaje y la deconstrucción crítica de la descolonización.
Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria. Empero, ¿qué quiere decir teoría revolucionaria en cuanto se trata de la tarea de descolonización? Podemos comenzar a decir que se trata de una teoría crítica de la colonización y la colonialidad. Sin embargo, esta teoría crítica no puede enunciarse sólo de manera abstracta y general, debe aplicarse en los contextos concretos, histórico-políticos, debe comprender y abarcar el mapa de las instituciones que han funcionado como agenciamientos concretos de poder, instituciones del pasado y del presente que han dejado su huella e inscriben su hendidura en el espesor de nuestra subjetividad. Esta teoría revolucionaria es una teoría crítica de los diagramas de poder desplegados en la geografía social, en las territorialidades específicas y en los cuerpos concretos. Esta teoría es crítica de las ideologías y de las formaciones enunciativas que articulan formas de saber a formas de poder. Esta teoría es crítica de las prácticas que reproducen esquemas de comportamientos devenidos de los engranajes de dominación, de las prácticas que reproducen estructuras de poder, prácticas que son circuitos y formas de funcionamiento de la historia política que se inscribe en la superficie de los cuerpos, los atraviesa y termina depositando en la memoria subjetiva en tanto consciencia culpable.
¿En qué consiste la práctica revolucionaria en los ámbitos de la colonización y la colonialidad, sobre todo en la periferia del sistema-mundo capitalista? La práctica revolucionaria es, en realidad una contra-práctica, una contra-conducta, que pasa de la resistencia a la puesta en acción de la inversión de la violencia cristalizada en los huesos, en contra de las formas, los contenidos, las expresiones y las personificaciones de la dominación. La práctica revolucionaria pone en suspenso los mecanismos de dominación, interrumpe el funcionamiento y la circulación del poder, invierte la relación de poder, la materia, el objeto, de poder, se convierte en sujeto de poder. En otras palabras, el sujeto revolucionario se convierte en función de poder, en lugar de ser el referente y el lugar de aplicación del poder. ¿Acaso ocurre como cuando la dialéctica concibe la realización de la filosofía como vida en la historia a través de la acción política? Ni tanto ni tampoco, para Marx, la realización de la filosofía es la propia muerte de la filosofía, el fin de la filosofía. La síntesis política de la filosofía en la historia, su realización histórica, es la propia destrucción de la filosofía y del Estado. No se trata de volver a la filosofía de la historia de Hegel, tampoco a la critica de la filosofía del Estado del joven Marx, ni menos a las tesis sobre Fuerbach donde se concibe a la práctica como criterio de verdad, una especia de enunciado positivista de verificación de la teoría e la práctica. No, el universo de la teoría, lo que Pierre Bourdieu llama el campo teórico, es radicalmente diferente al universo de la práctica, lo que el mismo Bourdieu llama campo social, lo que nosotros podemos nombrar como el ámbito de la historia efectiva, ¿realidad?, mas bien lo real y lo imaginario, de Jacques Lacan. Mas bien recurrimos a la tesis de Gilles Deleuze, la síntesis disyuntiva, el dualismo que se convierte en multiplicidad. Lo que pasa que la teoría, que en griego, significa mirada y contemplación, en el sentido de hacer visible lo que se oculta, se comporta como apretura de los horizontes de visibilidad. La teoría abre horizontes de visibilidad posibilitando la intervención de la práctica creadora. La teoría como acción creadora de visibilidades.
(*) Es asambleista del Movimiento Al Socialismo.
Raul Prada, MAS